Por Diana Ivette Medina Gárfias
Analizar las características de la posmodernidad, me ha llevado a vivir una crisis de credibilidad del sistema educativo, y este escepticismo deriva en una ética sin valores, donde “todo vale”, todo está permitido, nada es bueno ni malo, nada es absoluto, todo es relativo y depende del criterio de cada uno.
El sistema educativo, como otros tantos, se caracteriza por la coexistencia del capitalismo, la industrialización y la democracia, la posmodernidad ha sido el soporte de la muerte de los pensadores, de los idealistas que buscan el progreso, ha dejado huérfanos a los valores espirituales. La práctica política carece de fines humanos, de fines de solidaridad, se disfraza de democracia y actúa de “justicia”, enjuiciando a todos por igual, ensimismada en su poderío, como si todos tuvieran las mismas posibilidades o todos fueran iguales y que sin embargo excluye y no conforme con ello, nos envuelve en su actuar, haciéndonos parte de ella; prejuzgamos, excluimos, criticamos. Y todo ello con base en fundamentos posmodernistas, es decir; superficiales. Hay un libertinaje moral, rige el dejar hacer, dejar pasar.
De eso somos tan víctimas como victimarios, si no identificamos el momento en el que vivimos y nuestro papel en él. ¿Dejar pasar? ¿Dejar hacer?, son prácticas simples, no reflexivas, no encausadas siquiera a una virtud.
La pedagogía, ciencia de la educación o disciplina para la formación de hombres ideales, un juego entre filosofía y práctica, entre medios y fines, ha sido devaluada, despreciada, incluso olvidada, cuando las relaciones sociales cambiaron girando en torno a la posmodernidad.
Las prácticas educativas se olvidaron de los fines trascendentales, ahora buscan fines prácticos, que resuelvan el aquí y el ahora, que muestren productos acabados, que den cifras y hagan ver a las instituciones como funcionales y productivas, olvidando así fines trascendentales. Tal es el caso de la práctica educativa que seleccioné para participar como constructora de un mundo mejor. La evaluación, se preguntarán por qué la evaluación, la evaluación ha sido manifestada como una asignación arbitraria de un número para calificar, medir o clasificar los conocimientos, en mi caso se califican conocimientos de mis estudiantes. Esta práctica educativa reafirma nuestras acciones posmodernas, en cuanto a que buscamos productos, y lo peor, creer que los productos, es decir los resultados de las calificaciones son nuestro último fin.
Identifico que dicha práctica educativa, la evaluación, como se ha llevado a cabo hasta ahora, no tiene un vínculo pedagógico, es decir, esta práctica no es reflexiva. Pero es necesaria y puede vincularse a la pedagogía, en tanto así lo haga como maestra que tengo autonomía y que busco entrar al sistema para modificarlo. Por tanto una primera propuesta que hago es la de resignificar la evaluación, en cuanto al concepto como tal, su forma de llevarlo a cabo, es decir la práctica y los sentimientos que se generen en torno a si misma.
Así es que para ello, respondo a exigencias que me hacen algunos pioneros de la pedagogía. Repito, en mi afán por construir un mundo mejor que difiere en gran parte con las conductas posmodernistas que han manifestado los alumnos.
Nuestro deber ser, para aquellos que podemos incursionar en prácticas educativas, guiado por John Locke (1986), será preocuparnos y trabajar en que los alumnos tengan amor y estima por el conocimiento, mostrarles que lo que aprenden les permitirá resolver situaciones que antes no podían y gracias al conocimiento ahora las pueden resolver, debo hacer que comprendan la utilidad de lo que se le enseña.
Entonces debemos preocuparnos por cómo están aprendiendo los alumnos, por cómo construyen su conocimiento, para que valoren el conocimiento. Debemos darle un sentido a esa preocupación, cuyo fin en el mejor caso será que los alumnos valoren ese conocimiento, en la medida en que le encuentren una utilidad.
La exigencia de Comenio (2007), nos será ser tan instruidos como sea posible, ser modelo de moralidad, sencillez, modestia y orden, distribuir las asignaturas en orden según la edad de los alumnos, para el mejor aprendizaje, debemos desarrollar los sentidos y el intelecto.
Sin embargo no sólo de contenidos y su uso sirve la pedagogía, debemos ir más allá, hay que retomar los fines, ¿hacia qué fines podemos dirigir la evaluación con apoyo en la pedagogía?
Resignificando la evaluación, pretendo que ésta, desarrolle en los alumnos la formación de aprendizajes significativos (entendiendo por éstos a los conocimientos científicos y académicos que el alumno desarrolla a partir de la relación que hace entre sus conocimientos y experiencias previas y la nueva información (Díaz Barriga y Hernández, 2002). Interpretando a los pedagogos, para Locke (1986) dichos aprendizajes deben tener una utilidad, mejor aún, dicha utilidad debe encausarse a fines benevolentes para la sociedad. Comenio (2007) por su parte, sugiere que la educación debe buscar la virtud, erudición y piedad de los que son educandos, en la evaluación, los aprendizajes significativos, deberán usar los conocimientos para ese fin, ser virtuosos, eruditos, piadosos. Finalmente Rousseau (2002), exige formar al ciudadano, bueno de sí, propio, capaz de autogobernarse por el desarrollo de su inteligencia y sensibilidad, que actúe en la sociedad con respeto a la naturaleza.
Si aúno las exigencias pedagógicas a la simple práctica de la evaluación, todos los sentidos cambian, la evaluación deja se ser irreflexiva, se vuelve compleja, ahora se dirige a formar una conciencia de responsabilidad, a fomentar el surgimiento de la intuición en la conciencia individual, como instrumento que permita descubrir la jerarquía de valores trascendentes, mediante los cuales puedan tomar las decisiones más adecuadas.
Se requieren estas visiones pedagógicas para darle sentido a las prácticas educativas, dicho sentido siempre irá más allá del aquí y el ahora, buscará la preservación de lo humano, de la naturaleza, de lo virtuoso, de las relaciones sociales solidarias que busquen prosperar.
Así, aunque los valores tradicionales hayan caído, y vivamos en lo posmoderno, la madurez de conciencia que desarrollemos, tanto los aprendices, como los educadores, nos permitirá descubrir los sentidos de la existencia y cumplir nuestra misión en el mundo. Será una educación también para el espíritu, no meramente informativa