
Por Kyrylo Kravchenko -
invitado especial de UCOIPEA-
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En 1989 Francis Fukuyama publicó un ensayo, llamado “The end of history”, en el que habla del fin de la historia humana no desde el punto de vista de las ideas conspirativas o apocalípticas, como una supuesta destrucción mundial en el 2012, o una nueva era de revoluciones en el 2010, sino el fin de la era de luchas ideológicas. El pensador dice, que con la caída del muro de Berlín y el levantamiento de la imaginaria cortina de hierro, el mundo entero debe sucumbir ante una sola ideología política y de Estado – el liberalismo democrático que sobrevivió al supuesto marxismo del bloque del Pacto de Varsovia y sus satélites. Esto tiene que ver, en gran parte, con una especie de nostalgia ideológica que sentimos muchos vivientes postmodernos hacia el ahora agonizante modernismo.
Pero antes que nada ¿cuál es la diferencia entre la post- y la modernidad? La época moderna tiene unos cuantos puntos importantes a mencionar. La idea fundamental de la modernidad es la promesa de un futuro mejor. Esto es, eventualmente la humanidad acabará con las guerras, la hambruna, la pobreza y, en esencia, con todos los problemas. El segundo gran punto tiene que ver más con una percepción de las relaciones internacionales y la política por el individuo, así como por el Estado. En tiempos de la guerra fría todos sabían quién era el enemigo; el capitalismo para unos y el comunismo para otros. Hoy en día el único enemigo común (e incluso eso es debatible), es el tal llamado “terrorismo global”.
Personalmente, creo que es una idea muy vaga y sumamente artificial que sólo trata de regresarnos a la paranoia de la constante presa bajo observación. El tener así a su población es sumamente cómodo para los Estados y un intento desesperado para regresar la influencia sobre sus súbditos y satélites a sus manos. Esta tendencia general de las estructuras de poder tiene varios hoyos notorios. El primero consiste en la cada vez mayor accesibilidad de la información. Si años atrás los únicos medios disponibles eran la radio, el periódico y la televisión, que debían pasar por una rigurosa censura antes de poder salir al aire, ahora existe el internet y tales servicios gratuitos y libres como el Twitter, el blog e incluso Youtube. Aunque aún no hay (ni creo que haya jamás) un medio de información absolutamente frío y objetivo, tenemos toda una gama de posibles puntos de vista a nuestra disposición, y así es como podemos llegar a formar una opinión personal realmente crítica y completa.
Con la caída del muro de Berlín en 1989, la separación de la URSS en 1991 y la posterior desintegración de todo el bloque “comunista” (exceptuando, por supuesto, a los estalinistas de Transnistria, Cuba y uno que otro país más) la humanidad comprobó en la práctica que el modelo totalitario marxiano no funciona tan bien como se esperaba. Ahora Cuba, China y Corea del Norte se están enfrentando al poder casi ilimitado de la globalización. ¿Por qué creer en lo que dice una cara en la televisión, si hay millones de personas en la red que dicen millones de cosas distintas?
Por otro lado, el capitalismo, supuesto sistema democrático liberal, sigue estando de pie, aunque ya no tan firme como años antes. Estados Unidos, a pesar de ser al fin el gran hegemón, se ha debilitado enormemente por las crisis económicas a las que se ha enfrentado en los últimos años. Otro grave problema del “gendarme mundial” es precisamente la falta de un enemigo sólido. El partido republicano, que dejó a George W. Bush en el poder durante 8 años, falló en preservar una imagen relativamente positiva de su país tanto en sus propios límites, como en el extranjero. No me dejarán mentir, poca gente en el mundo quiere a Estados Unidos e incluso menos son quienes no tienen un solo argumente en contra de las políticas que maneja.
Es ahora cuando nos encontramos en un extraño cruce de caminos. En cierto sentido se asemeja al dilema de Ilya Muromets, quien se encontró una gran piedra que decía “si vas a la derecha, perderás a tu caballo; si vas a la izquierda, perderás tu espada; si vas derecho, perderás la vida”, es solo que en nuestro caso no sabemos qué ganaremos o perderemos si seguimos por el mismo camino, aunque todo apunta a que no nos conviene seguir así.
Los países nórdicos, hasta ahora, son los que parecen darnos un buen ejemplo de qué podríamos hacer. Finlandia, por ejemplo, declaró hace poco la internet un derecho humano, lo cual, a mi parecer, es un gran paso hacia adelante. México, por otro lado, sigue viviendo el mercantilismo y sigue dejándose llevar demasiado por la influencia de la Iglesia Católica y el Papa. Tengo bien claro que temas como el aborto, las drogas, la eutanasia, el matrimonio y adopción homosexuales, entre otros son temas sumamente delicados y controversiales, pero esa no es una razón para darle a un obispo, arzobispo o padre más importancia que a cualquier otro ciudadano. Si sus mensajes de intolerancia y conservadurismo son transmitidos sin problema alguno por radio, ¿por qué no me transmiten a mí y me dan carta blanca para actuar? ¿Por qué no mejor le hacemos caso a los expertos economistas, académicos, pensadores de nuestra época? ¿Por qué no se organizan referéndums nacionales? Es caro, pero no hay bien que venga sin esfuerzo, ¿verdad?
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Y es aquí donde deberíamos pensar seriamente si el sistema político actual sirve aún, o si es viable olvidar de una vez el modelo pseudo-keynesiano que vivimos y mantenemos vivo a toda costa. Tal vez sea momento de evolucionar y diseñar una nueva ideología de Estado (que sea, realmente, una ideología) que sirva para construir el México que todos queremos ver. Un México al que los demás países vean como a un igual y no sólo ese-país-con-nopales-y-tequila. Personalmente, me entristece de sobremanera que al discurso de nuestro presidente ante la ONU acudan unos cuantos representantes extranjeros, cuando hay 192 países miembros.
El punto más importante de entre los cambios cruciales de México tiene que ver con esa especie de egolatría de nuestros dirigentes. Dejemos pues de decirles que todo está bien, mi general/presidente/gobernador/senador/diputado, cuando bien sabemos todos (incluidos los generales/presidentes/gobernadores/senadores/diputados) que no lo están. Necesitamos un cambio de pensamiento. Un gran cambio de prioridades, móviles y realidad.
Por un México con futuro, ¡hablen!